Hace poco escuché una frase que, como un verso bien escrito, guardé en mi repertorio de conceptos interesantes y que, inevitablemente, encaja en el sistema de pensamiento que guía mi práctica profesional, pero también el ejercicio diario del ser humano. Lamentablemente, no guardé la cita y su autor no puede ser reconocido aquí, pero su idea es "El lenguaje es un sustantivo, no un verbo"y, aunque parezca un imperativo categórico kantiano, este blog es producto de él.
Lengua es la categoría que nombra un sistema simbólico que se comunica mediante signos y secuencias sonoras, más o menos compartidas. Pero es una construcción, que en realidad se apoya en dos principios básicos inherentes a la condición humana: la necesidad y la intención de comunicar tanto el pensamiento como el afecto. El código para interiorizar, procesar y expresar es tan creativo y diverso como países, culturas e historias se registran, por lo queninguna condición conocida le impone límites; ni siquiera el autismo.
El trastorno de la comunicación es un factor relevante en el Trastorno del Espectro Autista (TEA). Lo interesante es que varios autores incluso explican la existencia de manifestaciones conductuales estereotipadas, a veces autolesivas y, en general, disruptivas, como formas aprendidas de comunicar sentimientos, deseos o necesidades, mediadas por una fuerte limitación en el orden afectivo, cognitivo y social. Visto así, es indiscutible la importancia de la comunicación en las personas con TEA como elemento básico cuya alteración mediatiza su expresión conductual problemática.
Desgraciadamente, las personas con TEA se enfrentan a dos grandes retos en este sentido: El primero, la disonancia que supone la necesidad comunicativa frente a la deficiencia de recursos personales para ejecutarla. El otro, la dificultad para aprender y reproducir los códigos que las personas de su entorno identifican y comparten. Para muchas personas diagnosticadas con este trastorno, la identificación del recurso, del método, de la forma alternativa de hacer oír su voz no se manifiesta o se limita a su forma más primaria.
El principal problema, quizás, radica en que toda comunicación implica una relación; un intercambio o retroalimentación que en el caso de las personas con TEA, exige esfuerzo, entrenamiento, paciencia, intención y creatividad. Para muchas familias, este conflicto constituye un callejón sin salida, un laberinto que, en la ideología común, sólo sería descifrable si milagrosamente la persona con TEA pudiera empezar a hablar, a entender y a utilizar los códigos "normales" compartidos por la mayoría. Este milagro probablemente no se producirá porque la verdadera solución está en la posibilidad de abrir otras puertas, de tomar otros caminos. Las variantes son tan diversas como personas y familias hay y, muchas veces, no van de la mano del lenguaje clásico sino de diferentes formas de comunicarse: signos, gestos o mediación tecnológica. Comprender este fenómeno y entrenar para desarrollar habilidades alternativas que conecten y comuniquen es uno de los objetivos fundamentales de ABA.
Más que el esfuerzo por mediar y acelerar el proceso de aprendizaje y generalización de estas habilidades, las intervenciones propias del ABA constituyen un sistema cuya eficacia ha sido demostrada por el análisis científico. ABA comprende la diversidad de entornos, sus cambios, así como la necesidad continua de evaluar y reajustar los planes de intervención integrando herramientas de la psicología, la sociología, la tecnología...