Por: Cristina Martínez
M.B.A, M.S, BCBA, LBA
Durante siglo y medio, el campo de la psicología ha desarrollado diferentes construcciones teóricas, escuelas de pensamiento y paradigmas a partir de los cuales se producen explicaciones de los fenómenos. Los procedimientos y métodos prácticos del campo se construyen con el objetivo final de comprender la psique humana y contribuir al desarrollo de las personas y sus entornos. Así, como parte de estos diversos métodos, encontramos el Análisis Aplicado de la Conducta (ABA), un campo joven que ya cuenta con una amplia y rigurosa evidencia práctica.
El ABA trabaja en el desarrollo de habilidades comunicativas y sociales, así como en la mejora de los procesos de atención. En particular, pretende comprender y modificar el comportamiento de las personas con la intención de reducir o eliminar las conductas problemáticas y sustituirlas por alternativas positivas. Para ello, parte de un análisis funcional; es decir, busca identificar las relaciones funcionales entre la Conducta, sus Antecedentes y sus Consecuencias (A-B-C).
Veamos a qué se refieren estas variables:
- Antecedentes (A): Lo que ocurre antes de la conducta; la situación que desencadena la conducta y los componentes motivacionales asociados a ella.
- Comportamiento (B): El comportamiento en sí mismo.
- Consecuencias (C): Lo que ocurre inmediatamente después de realizar la conducta o lo que se consigue como resultado.
En cierto modo, estas consecuencias pueden entenderse como los propósitos de la conducta, y ABA ha identificado las siguientes como las funciones fundamentales que impulsan todas las conductas:
En cierto modo, estas consecuencias pueden entenderse como los propósitos de la conducta, y ABA ha identificado las siguientes como las funciones fundamentales que impulsan todas las conductas:
Autoestimulación o automatismo. Esta función es especialmente identificable en las personas con Trastorno del Espectro Autista (TEA) y explica gran parte de los comportamientos estereotipados y repetitivos, que buscan generar sensaciones agradables o estimulantes a nivel sensorial. Por ejemplo, un niño agita continuamente la mano porque le resulta agradable o le ayuda a calmarse en determinadas circunstancias.
Búsqueda de atención. Todos estamos familiarizados con las rabietas de los niños porque todos las hemos vivido de alguna manera. Es un claro ejemplo de comportamiento negativo que busca la atención de los adultos.
Obtener un objeto o actividad preferidos. Una conducta aparentemente negativa mostrada por un niño con déficit de comunicación puede ser coger un iPad de la mano de un compañero. La función de esta conducta puede ser tan simple como jugar con el objeto que quiere, y su limitación comunicativa le impide utilizar otros mecanismos conductuales adecuados para obtenerlo.
Escape o evasión. Cuando un niño intenta evitar una situación, una tarea o la compañía de una persona concreta, puede realizar conductas que contribuyan a retrasar el cumplimiento de esa demanda o que le alejen de la circunstancia o persona que le hace sentir incómodo.
Una vez comprendida la función (o funciones) del comportamiento, la raíz o la razón de ser del mismo, un plan de intervención puede centrarse en la modificación y/o desarrollo de ese comportamiento, sin desvirtuar la función que lo movilizó.
Este es uno de los misterios de la psicología humana que el ABA ha tratado de desentrañar. La contribución de este campo al tratamiento de las personas con discapacidad o TEA ha sido muy valiosa y promete seguir siéndolo.